En el silencio de la batalla

La guerra civil entroniza la más variada y compleja exposición de  motivos políticos y sentimientos a través de los cuales se explica la postura asumida por quienes la llevaron a cabo. La condición de víctima en el momento previo al desencadenamiento de la confrontación bélica y la evolución de colectivo social al estado de organización armada de oposición, definen no solo el imaginario colectivo, precisan de forma radical la interpretación de la historia vivida.
La actividad de organizaciones campesinas, religiosas, obreras, estudiantiles y de clase media, propició el surgimiento de la guerrilla urbana durante los años 1970s, el desempeño de todos esos grupos en los planos militar, político y electoral, en alianzas o bajo presión de sus debates con otros, dio paso al surgimiento de uno de los movimientos guerrilleros más sobresalientes de la Guerra Fría, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
La lucha por derrocar a la oligarquía y dictadura militar en El Salvador es un episodio de la historia que no puede comprenderse lejos de la presencia cubana en las guerras centroamericanas. Los vínculos inexorables entre el farabundismo y el sandinismo parten desde aquel viejo encuentro de Farabundo Martí y el general de hombres libres Augusto César Sandino. Entre esas tres culturas subsistieron desde marxistas, anarquistas, socialdemócratas, socialcristianos, democratacristianos, trotskistas, maoístas, nacionalistas, sandinistas, guevaristas, liberales y por supuesto marxistas leninistas.
La guerra civil salvadoreña puede situarse entre 1972 y 1992. Veinte años de complejos procesos culturales en los que el peso de los hechos combinados con la ideología y las admirables inventivas políticas, permitieron el desarrollo de acontecimientos dignos de ser estudiados por encima de la visión de secta o el sentimentalismo militante.
La guerrilla salvadoreña estuvo conformada mayoritariamente por campesinos, seguida por estudiantes y otros sectores de clase media. La teoría más sobresaliente del marxismo que sitúa a la clase obrera como vanguardia cae en los momentos más duros de la guerra civil. Si hay un sector social mayoritario, a la que debemos un profundo respeto y admiración, es a la del mundo rural, el jornalero y el campesino, es de ese enjambre de hombres y mujeres que se nutrirán las mejores tropas de élite de la guerrilla, es de ahí donde surgirán los más admirables jefes guerrilleros, sin que ello implique despreciar a quienes provenían de la urbe.
La lucha por la reforma agraria, el respeto a los derechos humanos, libertades y democracia económica y política, estuvieron a la base de las reclamaciones ciudadanas con antelación a la guerra y durante esta. La izquierda salvadoreña consolidó cinco tendencias que en alianza constituyeron el FMLN. Bajo esta bandera se lograron consolidar unidades guerrilleras admirables, dotadas de capacidades militares, políticas y diplomáticas, que empleadas de forma conjunta dinamizaron la concepción de la guerra de movimientos y de posiciones, articularon magistralmente la táctica y el arte operativo, conjugaron la visión en una estrategia de movimiento de liberación nacional con un programa revolucionario orientado a modificar el Estado salvadoreño.
Teorías como el foco guerrillero, guerra popular prolongada, guerra popular revolucionaria y tesis insurreccional, fueron parte del debate estratégico de las tendencias participantes. A pesar de las confrontaciones y descalificaciones propias de un enjambre de postulados y perfiles personales, la diversidad de pensamiento fue lo que llevó a aquella guerrilla a protagonizar una rebelión admirable. 
La primera ofensiva general lanzada por la guerrilla salvadoreña dio inicio el 10 de enero de 1981. Su fracaso produjo el surgimiento de los frentes de guerra rurales y la formación de las primeras unidades regulares de la guerrilla. A partir de la consigna “resistir, crecer y avanzar”, el FMLN fue desarrollando una impresionante actividad bélica que le volvió una de las guerrillas con mayor capacidad militar de América.
El paso de la guerra regular a la guerra de guerrillas, llevó a un profundo desgaste en las filas del FMLN, pero lo consolidó en el arte de la concentración y desconcentración de  tropas, en la maniobra de infantería ligera, golpes de mano y defensa de posiciones fijas. Esa guerrilla enfrentó uno de los gobiernos más difíciles de Estados Unidos, el de Ronald Reagan y su política internacional de los llamados conflictos de baja intensidad.
Hace 25 años, en 1989, cuando el mundo era sacudido por una profunda crisis del bloque socialista y Reagan y Gorbachov habían dado avances en el proceso de reducción de sus capacidades militares de destrucción masiva, el FMLN lanza su mayor ofensiva guerrillera de toda la guerra, basado en dos grandes ideas estratégicas: concentración de tropas en la ciudad y llamado a la insurrección. Para poder librar esa batalla, la dirigencia se debió valer de todo el personal que estuviera en capacidad de combatir, novatos y viejos guerrilleros, muchos de estos incapacitados para librar la guerra debido a lesiones antes sufridas o a enfermedades. Pero regresaron al frente de guerra, como era el deber de esos días.
No se puede dar una respuesta lineal al por qué a pesar de conocer tan bien la guerra, aquellos muchachos lesionados decidieron volver a librar lo que, de antemano se suponía, y que en efecto resultó ser, la más importante batalla de la guerra civil. En aquellos años era fácil asegurar que esos arranques de voluntad estaban preñados de amor a la revolución, de ambiciones por la justicia y la libertad; seguramente esos sentimientos estuvieron mezclados con otros más básicos, como compartir con los compañeros que esperaban en el frente, dado que, como bien lo escribiera Erich María Remarque, probablemente lo único bueno que la guerra produce sea la camaradería.
Con los muros del socialismo del Este cayendo a pedazos, un mundo desgarrado por los desencantos occidentales asomando por América como una lección poco esperanzadora y una revolución sandinista sangrada por la intervención norteamericana, la guerra parecía no ser camino viable dentro de los parámetros considerados hasta entonces; sin embargo, la decisión fue por ello demencialmente generosa con la historia. 
Fue un riesgo enorme haberlo intentado de aquella manera, ello encierra lo que se es cuando se defienden las ideas a costa de la vida: ser dignos más allá de diatribas, simulaciones, errores, desencantos, fanatismos, energías; ser dignos al confundirse en un fragmento de la historia, en un pequeño país, que el resto del mundo conoció casi exclusivamente por su guerra, a pesar que somos, aunque cueste creerlo, mucho más que un puñado de balas rompiendo la flor de la juventud.
  De eso trata mi próximo libro “En el silencio de la batalla”, de un puñado de muchachos que pensaron y llevaron a cabo la lucha armada, de un país centroamericano llamado El Salvador, de una guerrilla conformada por cinco tendencias, todas admirables, de una ciudad llamada San Salvador, de una época que nos robó el llanto y nos obsequió la canción de gesta, de un río revuelto en el que escupimos agua y tragamos lodo, del miedo que nos arropó con la misma fuerza que el amor, de una fraternidad de hombres y mujeres irrepetibles que habitan en las anécdotas y en el momento crítico como en la risa.
La crónica está preñada de nombres, rostros, ilusiones, amores, odios y de inquietud intelectual por una época superada. Se trata de un viaje turbulento y a la vez un plan de búsqueda cercado por luces y opacidades, como la memoria que habita en sus páginas.
                                      Berne Ayalá


Back to Top